-Buenos días. Me han dicho que no es usted muy charlatán.- Le dije sonriendo- Seré su enfermera a partir de hoy, sólo tengo 21 años y nunca he sufrido un infarto de corazón, por lo que no le diré que sé por lo que está pasando. Simplemente quiero que sepa que le ayudaré en todo lo que necesite.
Entonces, el hombre giró la cabeza y con lágrimas en los ojos, me dijo, en inglés, que no entendía lo que estaba diciéndole. Ahí comprendí el problema, no es que el hombre no fuera charlatán, ni que estuviera malhumorado, tampoco era la enfermedad la que le impedía hablar. Nadie se había preocupado en averiguar de donde era él, si hablaba nuestro idioma o no. Le volví a explicar toda mi presentación en inglés, y él me contestó con una amplia sonrisa. Resultó ser un hombre alegre, divertido, y con un humor alucinante a pesar de encontrarse en aquella situación.
Este hombre que recuerdo con gran cariño, me enseñó que las palabras curan muchas más enfermedades que cualquier medicación. Me enseñó a que siempre hay que pararse a escuchar a la gente, a preguntar el significado de las acciones, lo que se esconde detrás de ellas. Me enseñó a que las miradas también son palabras cuando la voz no da más de sí.
En ocasiones nos centramos tanto en el objetivo que olvidamos todos los detalles que quedan por el camino, cuando muchas veces llegan a ser más importantes incluso que la meta en sí.
Aprended a escuchar, a mirar con todos los sentidos y tal vez una sola palabra en el momento justo, ayude más de lo que creéis a alguna persona que ni imaginabais.
Las palabras están hechas para ser escuchadas pues son el relato de lo más profundo del ser.
En memoria de quien fue mi amigo y paciente.
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